Mi relato "La niña del año" presentado al Concurso de relatos #HistoriasdePioneras de Zenda Libros

                                                                La niña del año

Bharati Rao abre el grifo de su cocina en Colorado. Cuando ya tiene el agua que necesita para su té comprueba, siguiendo una rutina autoimpuesta, el nivel de plomo con el invento que desarrolló su hija a los doce años. A los pocos segundos la aplicación de móvil asociada le muestra que está libre de contaminación, así que la pone a hervir. Mientras espera paciente recuerda, con una sonrisa en la cara, como con diez años su pequeña se plantó delante de ella y de su marido y les dijo, con absoluta seriedad, que quería investigar la tecnología de sensores basados en los nanotubos de carbono. No le duelen prendas al confesar que aún hoy, cinco años después, todavía sigue sin entender nada de lo que hace su hija.

De pronto, las dulces y melancólicas notas de la canción The scientist de Coldplay invaden todos los rincones de su hogar. Al escucharlas, una alarma se dispara en su cabeza. Su hija toca esta melodía solo cuando algo no va bien. Así que deja todo lo que está haciendo y sube las escaleras en dirección a la buhardilla donde ella tiene su laboratorio. Al llegar se detiene en el quicio de la puerta sin que su hija note su presencia. Preocupada, observa como las manos de su hija flotan sobre las teclas con la cadencia propia de quien usa las alas de la música para hacer saber al mundo que tiene el alma en vilo.

Antes de entrar trata de encontrar una pista que le indique que es lo que pasa y no tarda en ver que delante de su hija, sobre el piano, está la portada de la revista Time que enmarcaron en diciembre del año pasado. En ella, Gitanjali, sale vestida con el uniforme de los STEM Scouts y aunque lleva colgadas todas las condecoraciones científicas que ha ganado en su corta vida, ninguna brilla más que el aura que irradia todo su ser. La seguridad en sí misma y la determinación que emanan de su mirada son muy poderosas.

Y no es para menos. Que de entre más de cinco mil aspirantes la eligieran como la primera Kid of the year de la historia de esa prestigiosa publicación fue la culminación de años de esfuerzo y tesón. Pero tener esa foto cerca de ella no es lo que está mal. El peluche que está apoyado en el marco es lo que no encaja. Sobre el adorable osito que tantas noches la acompañó de pequeña está la medalla de Tethys, la diosa del agua dulce, que dio nombre a su proyecto y que jamás, desde que se la regalaron, se había quitado del cuello. Ahora sí que tiene claro que algo grave pasa.

—Hola, cariño, ¿cómo vas? —dice mientras intenta no parecer nerviosa.

—Bien, solo estaba descansando un poco —dice la joven dejando de tocar.

A veces uno tiene que parar para coger impulso, ¿era Coldplay?

—Sí, aunque ya lo voy a dejar, tengo mucho trabajo pendiente —dice con la voz entrecortada.

—Me estaba preparando una infusión, ¿me acompañas?

Nada más oír esto, la niña, que ya no aguanta más, deja escapar unas lágrimas que ruedan como anillos sobre sus mejillas.

—Gita, ¿qué te ocurre? —le pregunta su madre.

—Nada, es solo que tengo un mal día. Me he atascado y no consigo avanzar ni con el proyecto contra el ciberacoso ni con el prototipo médico para detectar la adicción temprana a los opiáceos —dice señalando a su mesa de trabajo repleta de ordenadores y dispositivos.

—Si solo fuera eso no me preocuparía. Siempre has conseguido todo lo que te has propuesto, aunque hayas encontrado dificultades en el camino. Pero dime la verdad, ¿tiene algo que ver con todo esto? —le dice mientras coge la portada y la medalla.

La chica, al verse descubierta, comienza a sollozar de forma desconsolada. Su madre se sienta a su lado para reconfortarla.

—El verdadero problema es que me ha dado por pensar que no voy a ser capaz de cumplir con las expectativas que conlleva ser nombrada uno de los líderes emergentes de la generación más joven de los Estados Unidos. ¿Qué pasará si no soy capaz de salvar al mundo? —dice avergonzada mientras apoya la cabeza en el hombro de su madre.

—Nadie te pide que lo salves, ni siquiera tú deberías exigírtelo. Piensa que gracias a ti muchos de esos treinta mil estudiantes de los cuales has sido mentora ya se están enfrentando, con valor e inteligencia, a los nuevos desafíos que están apareciendo en la sociedad al mismo tiempo que afrontan los problemas heredados que todavía existen. Y seguro que ellos conseguirán que más jóvenes se unan a la causa y entre todos conseguiréis marcar la diferencia.

—Aun así, ¿y si fracaso?

—Cariño, déjame decirte algo. La vida es como una maratón. Por muy preparada que una persona se enfrente a ella, en cualquier kilómetro puede sufrir una pájara que la pondrá a prueba. Es entonces cuando, si de verdad quiere triunfar, aunque sea al más bajo nivel, deberá creer en su fortaleza interior y seguir avanzando, aunque al final cruce la meta, en última posición, a gatas y extenuada. No todos pueden cambiar lo que les rodea, y tal vez tú tampoco lo consigas, pero sé que, si no lo intentas con todo tu corazón, no serías tú. Luego ya se verá hasta donde llegas. Pero, pase lo que pase, tus padres siempre estaremos muy orgullosos de ti. Y ahora, deja de llorar y ven conmigo a la cocina a preparar unas magdalenas.

—Sabes que no sé cocinar muy bien —dice Gitanjali.

—Lo sé. No se puede ser perfecta en todo —dice la madre mientras ríe con ganas.

Y Bharati, al ver cómo se ilumina la cara de su hija, se tranquiliza al comprobar que aquella niña de doce años que levantó en pie a centenares de personas en la India con su charla TED ha vuelto con más fuerza que nunca.

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